Dejé de
seguir Shokugeki no Soma cuando vi el primer capítulo de la tercera temporada.
Sé que no es bueno juzgar un anime viendo solo un capítulo, pero me pareció que
ya no mantenía el toque que hacían a la primera y la segunda temporada tan
únicas. El humor, la manera de hablar de los personajes e incluso la repetición
de algún que otro concepto, me hizo perder el interés. Aunque quizás sea que vi
ese capítulo en un mal momento, no lo sé. Empecé a cuestionarme si de verdad
Shokugeki no Soma era tan buena como recordaba, así que sucedió lo que tenía
que suceder: la volví a empezar de cero. Y todo esto solo fue para darme cuenta
de que… nada había cambiado, que, de hecho, me enamoró incluso más que la
primera vez.
Por lo
general, la serie a primera vista no parece decir mucho: comida y ecchi, ¿qué más
razón necesitas para comenzarla? Pero quedarnos en esa superficie sería ignorar
todos aquellos conceptos interesantes que Shokugeki no Soma nos brinda. Su estructura
es la clásica de cualquier shonen, sobre un chico con un objetivo concreto y
que luchará y se esforzará para alcanzar su sueño, pero hoy no vengo tanto para
hablar de la historia, como de las sensaciones que me causan sus distintas
situaciones planteadas, porque ahí es dónde está el punto fuerte de todo el
anime. A lo largo de la trama, se pueden ir observando distintas competencias
entre distintos personajes, y a cada enfrentamiento se le da un sabor distinto.
En este aspecto, las batallas culinarias juegan un papel muy importante, porque
normalmente vienen dadas por una persona que quiere anteponer su autoridad y
demostrar su superioridad delante del público y, por el otro lado, una persona
con un rol más defensivo con el claro objetivo de no perder algo que quiere
conservar. Cuando pienso en Shokugeki no Soma, no puedo evitar pensar en
Masterchef y viceversa. Ambos shows pretenden explorar el increíble potencial
de la comida y mostrar combinaciones de sabores que cualquier inexperto habría
pensado que son un disparate. Y, por supuesto, la rivalidad es el clímax de
ambas joyas. Siempre encuentras a gente de todo tipo, desde aquellos más
arrogantes que pretenden pisotear a quien sea para alcanzar su objetivo y
aquellos que son más humildes, pero que piensan darlo todo. Sin embargo, yo no
veo esto como una forma de diferenciar a los “buenos” de los “malos”, sino como
una manera de mostrarnos las motivaciones de cada persona. Pueden caerte mejor
o peor según su actitud, pero todos están allí por el mismo motivo: la pasión
por la cocina, y en algunos casos, los actos de los participantes pueden jugar
un papel psicológico muy importante para inclinar la balanza a su favor. En una
competición, ganar lo es todo, y a nadie le gusta perder. Cuando Soma pierde
aquella batalla culinaria contra Shinomiya, a pesar de haberle salvado el culo
a Megumi, se siente impotente, porque en ese momento se da cuenta de que todo
este tiempo ha estado viviendo en una burbuja, pensando que este sería un
camino fácil. Es un punto de inflexión muy importante para el protagonista,
porque de ahí empieza a innovar en la creación de sus platos para poder llegar
a la cima. Y cuando Yukihira pone a prueba todos esos conceptos que ha ido
aprendiendo en su odisea en una competición, saca a relucir su lado más mágico.
Pero igual que dichas batallas culinarias sirven para mostrarnos las
capacidades e imaginación de cada personaje, también puede ser un muy mal trago
para el perdedor. En numerosas de ellas, no solo se nos muestra quién ha
ganado, sino que se empequeñece la figura de aquel que pierde de manera sutil, haciendo
que pruebe el plato de aquel que ha ganado para darse cuenta de que su plato ha
sido insuficiente. Y cuando empieza a comerlo sin parar delante del público y
delante del propio ganador, se siente casi como una humillación, una escena en
la que esa persona que creía estar por encima de todo es arrollada y debe
tragarse su propio orgullo. El anime lo intenta camuflar con sus clásicas
exageraciones tan ecchi para darle un toque cómico al asunto, pero la idea
subyacente de que el derrotado es dejado en evidencia delante de tantísima
gente… llega a dar hasta pena. Por eso, momentos como cuando Nikumi prueba el
plato de Yukihira y llora ante semejante explosión de sabor que la devuelve a
los recuerdos de su juventud, no se me olvidarán jamás, porque es un momento
muy bonito y personal, pero humillante y oscuro al mismo tiempo. Adoro cómo
Shokugeki no Soma es capaz de combinar dos conceptos diametralmente opuestos
para crear escenas tan brillantes como esa. Por cosas como esta, la he seguido
viendo y disfrutando porque poca cosa le puedo reprochar de momento. Será un
anime ecchi, porque desde luego que lo es, pero eso no quiere decir que
automáticamente vaya a ser un anime soso sin ideas innovadoras, porque juzgar
un libro por su portada no es algo que se deba hacer tan a la ligera, y eso es
lo que me ha enseñado Shokugeki no Soma.
Este post es
muy corto, lo sé, pero he tratado de expresarme lo mejor que he podido y no
creo que pueda exprimir mucho más jugo sobre lo que quería comentar. Podría
haber mencionado la historia, podría haber hablado de los personajes, podría haberme
centrado más en la comida, pero creo que cuando más brilla Shokugeki no Soma es
en aquellos momentos en los que los personajes se ponen a cocinar, porque ahí
podemos apreciar su potencial. Las competiciones te mantienen en tensión en
todo momento, son entretenidas y cada una da una importante lección para cada
personaje y para el propio espectador. No todos los que vemos este anime
sabremos sobre comida, pero el mensaje que trata de transmitir la serie entera
es uno que podemos entender todos. La competitividad es una de las cosas que
mueve el mundo y, si no tuviéramos ningún rival en algún aspecto de nuestra
vida, ¿qué gracia tendría todo?